Testimonio

He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad. (Jeremías 33:6)
En el año 1986 se celebró la boda entre dos colombianos: Un agente de la Policía Nacional y una joven de solo 21 años. Todo parecía normal, hasta que transcurrido dos años otra mujer interfiere en la vida matrimonial, lo cual ocasionó serios problemas que intentaron resolver sin ningún éxito. Mientras se buscaba ayuda se iban complicando aún más las cosas, pues, en el año 1990 el esposo decide abandonar el hogar e irse a convivir con aquella mujer. 

Ahí estoy yo ahora: Una joven abandonada, sola con dos niños. Sumergida en un mar de tristeza y en una profunda depresión, a tal punto que perdí los deseos de vivir. ¿Para qué levantarme cada mañana si no tenía un propósito para ese día y para los venideros? Tomar cuidado de mí misma, ¡No era importante! No le veía sentido a lo que sucedía alrededor.

Iban transcurriendo los días, las semanas, y los meses. ¡Se me hacía interminable el tiempo! ¡Se diluía cada vez más mi esperanza! ¿Cuál esperanza? Que mi esposo regresara al hogar. Yo quería que él se diera cuenta de mi condición y la de nuestros hijos que aún eran muy pequeños. No aceptaba que solamente viniera a buscarlos para pasar con ellos unas cortas vacaciones.

En medio de mi angustia, en medio de la soledad y el abandono, presté atención a muchas voces que me ofrecían “ayuda”. Una de esas voces que escuché fue la de un grupo de personas fraudulentas que prometían resolver mi situación si les pagaba un poco de dinero. 
 
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Fui a la ciudad que ellos indicaron. Llegué a la dirección anunciada por la radio. Ingresé a la fila detrás de muchas personas y esperé mi turno. Me leyeron la palma de la mano y me dieron un número de la lotería, porque… ¡Con toda seguridad yo me la iba a ganar! Y entonces… ¡Asunto arreglado! “Vas a tener dinero suficiente, y tu esposo regresará al hogar.” Esa fue la promesa.

Parece una broma lo que estoy diciendo, pero les aseguro que en esos momentos era mi peor pesadilla. Cuando quiso asomar una leve esperanza en mi corazón poniendo mis ojos en aquellos engañadores, sucedió lo que era obvio… ¿Qué sucedió? 

Recuerdo esa mañana señalada, cuando yo sería una felíz ganadora del sorteo, y que por fin se terminaría mi sufrimiento. Escuché en la radio los números ganadores y el mío no apareció entre ellos. ¿Pueden ustedes imaginar cómo me sentí al ser engañada? Fue una sensación de derrota, fracaso, enojo, decepción, profunda tristeza y vergüenza, entre tantos sentimientos. Ese día me dije: ¿Y ahora qué voy a hacer?

El día siguiente mi padre vino a visitarme y me informó lo que estaba sucediendo: “Han sido descubiertos. La comunidad, la prensa, y la radio se han movilizado y los están buscando.” -Dijo mi padre-

Esta clase de personas estafan a millares de incautos como yo, que en su desesperación por solucionar los problemas recurren a medios equivocados. Y es que verdaderamente cuando nos encontramos en la condición que yo estaba, somos ciegos y sordos. Aunque nos adviertan que ese no es el camino correcto, todavía seguimos insistiendo. Yo no era consciente del vacío que había en mi alma. Lo único que yo quería era que mi esposo regresara al hogar. Sentía dolor al ver los niños solos, y yo me auto compadecía. Era un estado crítico. Ya no podía coordinar mis pensamientos y literalmente me estaba enloqueciendo. 

La situación se iba tornando cada vez peor: Sin recursos económicos, pocas fuerzas para trabajar, mis hijos enfermos, los electrodomésticos dejaron de funcionar. No podíamos dormir a causa del calor, ni teníamos donde cocinar.  Las aguas de lluvia entraban al patio creando un charco sucio y maloliente. Esta acumulación de aguas negras trajo consigo una invasión de zancudos y animales rastreros. ¡Ahora sí había llegado al punto máximo en esta habitación! Una habitación de barro, que a su vez era utilizada como bodega para almacenar la cervezas de un tio. ¡Miren a dónde tuvimos que ir a vivir! Mis ojos estaban cansados de llorar.  No tenía apetito para comer, aunque me la ofrecieran con amor e insistencia. Pero entre lágrimas y suspiros me llevaba a la boca lo que mi madre preparaba. ¿"Qué estaría sucediendo en el corazón de mis niños durante ese tiempo"?...Me preguntaba en silencio… agudizando mi dolor e impotencia. 
 
A finales del mes de Julio del mismo año, le pregunté a mi madre si había una iglesia en el pueblo. Ella pensó que yo me refería a la tradicional y me dijo que sí había una. Le clarifiqué inmediatamente diciendo: “Mami, yo no quiero ese lugar, yo quiero es una iglesia cristiana.” ...Ah, entonces puedes hablar con la vecina, porque ella asiste a la iglesia cristiana y te puede llevar.” Le dije entonces a mi madre: “Indíqueme por favor cómo llegar.” 

Ese mismo día en las horas de la tarde me preparé y preparé a los niños. Los tomé de la mano y los tres llegamos a una Iglesia en Casa. Era tan grande la carga que yo llevaba que me salí antes de terminar la predicación. (Esto me lo dijo después un líder de la congregación.)

La misma semana fui nuevamente con mis pequeños a la iglesia, y al finalizar el servicio recibí al Señor Jesucristo como mi Señor y Salvador personal. Inmediatamente una líder me aconsejó en privado y tomó la decisión de ayudarme desde ese momento.

La líder Margarita Marulanda iba frecuentemente a visitarnos. Tomaba cuidado de los niños y de la habitación. Me enseñaba la Palabra de Dios y oraba por nosotros. Al poco tiempo fui bautizada en agua. El mismo día del bautismo me asignaron la responsabilidad de enseñar a los adolescentes, pues, yo había dicho frente a toda la congregación que en el ministerio de la enseñanza le serviría al Señor. 
 
En Febrero de 1991 inicié mi labor docente en una escuela privada y tomé en renta un apartamento. Ahora tenía al Señor Jesucristo en mi vida. Tenía empleo. Un mejor lugar para vivir. Mis hijos estaban sanos y teníamos una economía estable. Pero… ¿Saben cómo estaba mi corazón? Mi corazón todavía estaba lleno de amargura, odio, resentimiento, tristeza, falta de perdón, deseos de venganza, orgullo... 
 
Entonces comencé a vivir otra situación. Le exigía a Dios que trajera de vuelta a mi esposo diciendo: ¡Ahora soy cristiana!  ¿Por qué no me das lo que te pido? La situación la viví en varias etapas: Reclamando a Dios con enojo, citando las Sagradas Escrituras, haciendo oraciones y ayunos, reprendiendo al diablo, auto compadeciéndome para "conmover" el corazón de Dios. 

¿Te das cuenta que yo estaba tratando de manipular a Dios? Lo que yo no sabía era que Él estaba Sanando mi Corazón.

Continuaba estudiando en la universidad. Atendía a mis hijos. Trabajaba en un colegio del Estado. Servía en la congregación cristiana. Pero en Mayo del año 1995, recibí la noticia que mi esposo había fallecido mientras prestaba su servicio en la Institución. Viajé con los niños toda la noche logrando llegar el día siguiente en horas de la tarde al lugar donde estaba su cuerpo sin vida. Entré a la sala funeraria con mi corazón quebrantado. No me aproximé al ataúd… No saludé a los familiares… No me detuve a hablar con los amigos… ¡No! ¡Me dirigí hacia donde estaba ella! Sí, me dirigí a la mujer que había convivido con mi esposo durante esos cuatro años. Me acerqué directamente mirándola a los ojos. La abracé por largo rato. Le di palabras de ánimo y fortaleza. ¡Yo misma me desconocía! ¡No sabía por qué lo estaba haciendo! Solo sé que había una profunda compasión dentro de mí. Las personas que estaban en la sala tampoco comprendían mi actitud y lo que estaba sucediendo. 

¿Por qué yo no vestía de negro? ¿Por qué no estaba histérica? ¿Por qué lloraba en baja voz y abrazaba a la mujer que antes odiaba? Ese día entendí que Dios me había enseñado a perdonar. Descubrí que ya no había odio, amargura ni resentimiento. ¡El Señor había sanado mi corazón!

Esta es una parte de la historia de mi vida,
Con la cual deseo que tú recibas bendición.
Para que cuando no encuentres la salida,
Confíes en Dios quien tiene la solución.

No hay verdadera felicidad fuera del Señor Jesús,
No hay nada ni nadie que tu vacío pueda llenar.
Porque el vacío en ti existe desde que naciste tú,
Y solo Dios es el único que lo puede solucionar.

Extraordinarias experiencias con Dios he vivido,
A medida que ha transcurido mi vida cristiana.
Con Cristo el amor y el perdón he conocido,
Y sus nuevas misericordias cada mañana.

A depender de Él y a obedecerle nos enseña el Señor,
A confiar en su divino poder y no en nuestras fuerzas.
Porque de la fe, Él es absoluto autor y consumador,
Dios nos enseña a esperar y a temerle con reverencia.

Cualquiera que sea tu situación Dios puede ayudarte,
Para Él nada es imposible lo dice su palabra bendita.
No hay hombre alguno con el poder para libertarte,
Solo Cristo salva, transforma, restaura y santifica.

Amigo, permítele a Dios intervenir amorosamente,
No endurezcas tu corazón por tantas adversidades.
Él ha trabajado en ti muchas veces silenciosamente,
Entonces, ¿Por qué no le entregas tus dificultades?

Espero saber de ti y de tus experiencias con Cristo,
Será un honor oír lo que Dios ha hecho a tu favor.
Si ya le has dado tu corazón entonces te felicito,
Si aún no lo has hecho, recíbelo como tu Salvador.