DÍA Y NOCHE

Yo, el Señor, lo vigilaré, y lo regaré con cuidado. Día y noche lo vigilaré para que nadie pueda hacerle daño. (Isaías 27:3)

Para comprender las palabras dichas por el profeta en esta ocasión, quisiera que examináramos por partes.

Primero:

Dios nos vigila. Es común escuchar a un adolescente decir: “¡No me gusta que mis padres me vigilen!” esta actitud podría ser interpretada como una señal de rebeldía e insumisión a la autoridad paterna. En nuestro caso, como hijos de Dios, si con pleno conocimiento de que somos vigilados por causa de su amor inalterable rehusamos su cobertura, nos convertimos en los más dignos de conmiseración. Pues que si recibiendo sus cuidados nos metemos en problemas, ¡Cuánto más si dejásemos de recibir su protección!

Precisamente porque Dios vigila nuestros pasos, nuestro proceder, y aún nuestros íntimos pensamientos; Él es capaz de conocer el estado de nuestro corazón y mantenerlo sano.

Partiendo de esta premisa, podríamos decir entonces que por ser hijos recibimos los cuidados de un Padre amoroso. Que su vigilancia no es para reprocharnos lo que hacemos sino para cuidar de nosotros, pues bien conoce los riesgos a los cuales nos exponemos diariamente. El Señor conoce los peligros que hay a nuestro rededor y también conoce los enemigos que asechan nuestra alma para destruirla.

En consecuencia, tenemos la garantía de una total protección; porque Dios no solo lo hace en las noches cuando los peligros son más inminentes, sino también a plena luz del día ya que nuestras capacidades son insuficientes. Sin su divina protección, sin su cobertura, nuestras armas se hacen inútiles.

Pues… “Si el Señor no edifica la casa, de nada sirve que los edificadores se esfuercen. Si el Señor no protege la ciudad, de nada sirve que los guardias vigilen. (Salmos 127.1) 

En segundo lugar:

Dios nos riega. Tal como se riega una planta para que permanezca viva, para que pueda desarrollarse y producir, así mismo nosotros somos regados con la Palabra que sale de la boca de Dios. Cada día recibimos el agua pura que nos aviva, que nos permite crecer y dar abundante fruto.

Ahora bien, Si a cada momento somos regados es porque lo necesitamos. Dios no haría tal cosa innecesariamente. Él decide hacerlo porque sabe cuán frágiles somos y que sin su presencia nos secamos y morimos. ¡Oh cuán grande es el amor de Dios!

Es tal la dedicación de nuestro Señor,

Que llega a tiempo para suplir lo vital.

Entonces, si nos regala lo esencial,

Podemos esperar toda su provisión.

Ese es el Dios que se complace en dar,

Para que saciados le demos todo el honor.

 

Suple conforme a sus riquezas en gloria,

Proveyendo todo lo que yo necesito.

No me descuida ni un solo instante,

En su presencia nadie puede marchitarse.

Exaltemos con júbilo al Dios bendito,

Y vivamos por su Palabra siempre en victoria.