Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. (Juan 15:3)
Hoy en mi devocional, leía acerca de cómo el Señor Jesucristo en un acto de amor, de humildad y de servicio, lavó los pies de sus discípulos mientras con ellos cenaba.
Meditando en ello, estudié algunos textos de las Sagradas Escrituras, de los cuales surge la siguiente reflexión.
Inicié mi estudio aquí:
“Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. (Juan 13:3-4)
Detengámonos en algo muy particular que nos narra este pasaje Bíblico. La verdad no lo había mirado de la manera como hoy el Señor por su Espíritu me lo ha revelado
Jesús sabía que el Padre le había dado todas las cosas en sus manos y que había llegado la hora de ir a Él.
¿Qué había entonces en las manos de Jesús?
La respuesta es: Todas las cosas, porque el Padre se las había entregado.
Durante este acto de humildad, mientras el Señor lavaba los pies a sus discípulos, allí les estaba transmitiendo de lo mismo que había recibido del Padre. Por eso vemos que cuando llega a Simón Pedro, y éste trata de negarse a que le sean lavados sus pies, Jesús le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.
¡Oh qué grandeza la del Señor Jesús y al mismo tiempo, Qué humildad al compartir de lo suyo con sus discípulos!
Jesús usó sus manos para lavar nuestros pies en un acto de humildad, y cambió su manto por una toalla para mostrarnos el don de servir. Dos virtudes bien importantes que debemos poseer sus seguidores.
No sé qué tan humildes seamos al servir con aquello que nos ha sido dado en nuestras manos. Tal vez a usted le fue dado el don de tocar un instrumento musical. A otro la capacidad de fabricar muebles. A otro la confección. A otro la tejeduría. A otro el hacer planos y diseños. Reparar computadoras, preparar recetas culinarias, decorar…etc.
Ahora hagamos las siguientes preguntas:
¿De qué manera podríamos usar nuestras manos en un acto de humildad para servir al Señor?
¿Cuánto esperamos recibir por lo que hacemos con amor para Dios?
¿A quién le estamos transfiriendo nuestro legado?
Deseo que pasemos ahora a mirar otro aspecto relevante de la historia, de cuando el Señor Jesús lavó los pies a sus discípulos.
Los discípulos habían caminado con Jesús durante tres años aproximadamente, y durante ese tiempo ellos vieron milagros y maravillas: vieron a Jesús sanar a los enfermos, alimentar a multitudes, liberar endemoniados, resucitar muertos, entre muchos otros milagros. Pero hasta ese momento, aunque habían recibido la palabra de Dios de manera directa, aún no habían recibido una completa limpieza. ¡Pero el Señor lo que inicia lo perfecciona! Ya era hora de completar su obra, para que equipados, sus discípulos cumplieran su llamado.
Entendemos entonces que a Simón Pedro, como a todos los discípulos, nos es necesario que Jesús nos lave los pies. Necesitamos ser limpiados para hacer las obras que Jesús hizo, ¡Y aún mayores! (Juan 14:12)
Lávame los pies Jesús, mientras hablas tu Santa Palabra,
No detengas mi purificación aunque yo no lo comprenda.
Pues si tú no me limpias, si no me santifico no haría nada,
No podría estar lista para el Gran día en que tú vengas.
Lávame más y más de mi maldad y quita todo mi pecado,
Que no quede residuos ni vestigio dentro de mi corazón.
Todo lo que el mundo y la carne hayan en mí almacenado,
Desarráigalo con tus poderosas manos llenas de unción.
Tú te humillaste a sí mismo muriendo por mí en la cruz,
Tomaste forma de siervo hecho semejante a los hombres.
Te hiciste obediente hasta la muerte ¡Oh mi Señor Jesús!
Luego exaltado con un nombre que es sobre todo nombre.
Es por eso que cuando vengo a Jesús mis rodillas doblo,
Y confieso con mi boca que él es mi Señor y mi Salvador.
Quiero lavar mis pies porque muchas veces los empolvo,
¡Qué grande privilegio ser limpiada por el Dios de amor!