Pues yo te sostengo de tu mano derecha; yo, el Señor tu Dios. Y te digo: “No tengas miedo, aquí estoy para ayudarte. (Isaías 41:13) NTV
Hoy en día es común ver a personas mendigas de todas las edades pidiendo limosnas junto a un semáforo, o en alguna esquina de la calle. Tanto en grandes como en pequeñas ciudades esta práctica se ha vuelto algo cotidiano.
En la antigüedad, un mendigo era un discapacitado físico que no podía desarrollar ninguna actividad laboral. ¿Recuerdas aquel hombre que pedía limosna a la entrada del templo de Jerusalén?
Un día, Pedro y Juan fueron al templo para la oración de las tres de la tarde. Allí, en el templo, estaba un hombre paralítico de nacimiento, al cual llevaban todos los días y lo ponían junto a la puerta llamada la Hermosa, para que pidiera limosna a los que entraban. Cuando el paralítico vio a Pedro y a Juan, que estaban a punto de entrar en el templo, les pidió una limosna. Ellos lo miraron fijamente, y Pedro le dijo:
—Míranos.
El hombre puso atención, creyendo que le iban a dar algo. Pero Pedro le dijo:
—No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy: en el Nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.
Dicho esto, Pedro lo tomó por la mano derecha y lo levantó, y en el acto cobraron fuerzas sus pies y sus tobillos. El paralítico se puso en pie de un salto y comenzó a andar; luego entró con ellos en el templo, por su propio pie, brincando y alabando a Dios. (Hechos 3:1-8)
Generalmente toda persona que solicita ayuda está temerosa y carente de aquellas cosas que no puede suplir por sus propios medios. Adicionalmente, se suma el hecho de acudir a las personas incorrectas en busca de solución.
En el caso del paralítico, ¿Cuántos años habrían transcurrido? ¿Cuántas veces acudiría a personas incorrectas pidiendo ayuda? ¡Pero aquel día fue la última vez!
El paralítico estaba acostumbrado a recibir tantas limosnas, que no se atrevía a pedir algo diferente. Tal vez su esperanza estaba puesta solo en las personas que lo llevaban, y en aquellos que le daban algunas monedas. Pero solamente en el Nombre de Jesucristo de Nazaret fue posible que él se levantara y fuera más allá de la puerta. Que no estuviera a la entrada del templo pidiendo limosnas, sino libre y glorificando el nombre de Dios.
¡Cuán maravilloso es lo que Dios hace en nosotros! Nos da la salud, nos hace ser dependientes de él, nos hace aptos para trabajar, nos lleva de la puerta hacia el interior, dejamos de ser esclavos, pone en nuestra boca un cántico nuevo. ¡ALELUYA!
¿Quién es tu ayudador? quisiera preguntar,
Para mí es Dios quien me da el bienestar.
Quien me alienta y me lleva a descansar,
Sostiene mi mano cuando creo desmayar.
Señor, te doy gracias por ayudarme,
Justamente cuando más te necesito.
Dentro de mí lo había pedido a gritos,
Con clamor silencioso te había dicho:
¡Oh Santo Espíritu, ven a consolarme!
Me has dado aun lo que no podía imaginarme,
Me has dado paz y gozo en estos momentos.
Cambiando para siempre en baile mi lamento,
¡Oh Señor, qué manera sin igual de amarme!
Como el mendigo a la puerta de la hermosa,
Igual estuvo mi vida cuando aún no te conocía.
Harapienta sin esperanza pidiendo limosna,
Con tesoros en el cielo, pero yo no lo sabía.
Pon tu mirada en el cielo, de allí procede la bendición.
Si sigues mendigando a los hombres serás un esclavo.
La palabra dice que al Padre Celestial eleves tu clamor,
Pero pide todo en el Nombre de Jesús y te será dado.