CÁNTICOS Y ALABANZAS

Y cuando comenzaron a entonar cánticos y alabanzas, el Señor puso emboscadas contra los hijos de Amón,

de Moab y del monte Seír, que habían venido contra Judá, y fueron derrotados. (2 Crónicas 20:22)

Hoy vamos a hablar del porqué el rey Josafat y todo Judá no tuvieron que pelear contra sus enemigos los amonitas, lo moabitas y los del monte de Seír.

Pues bien, lo primero, lo evidente y lo más importante que debemos considerar es la promesa de Dios:

“Ustedes no tendrán que intervenir en esta batalla. Simplemente, quédense quietos en sus puestos, para que vean la salvación que el Señor les dará. ¡Habitantes de Judá y de Jerusalén, no tengan miedo ni se acobarden! Salgan mañana contra ellos, porque yo, el Señor, estaré con ustedes. (2 Crónicas 20:17)

Haciendo un paréntesis, quiero que notemos un detalle el cual no puede pasar desapercibido, y es que generalmente las promesas del Señor van acompañadas de una orden o de un condicionamiento para que tengan cumplimiento.

¡No hay ninguna contradicción! Cuando Dios da la orden de salir contra el enemigo, y al mismo tiempo promete que no hay que pelear, miren lo que sucede:

En el mismo instante que el rey Josafat y todos los habitantes de Judá y de Jerusalén recibieron la promesa, se postraron con el rostro en tierra y adoraron al Señor. Así mismo los levitas se pusieron en pie y le alabaron con alta voz.

Al día siguiente, madrugaron y fueron al desierto de Tecoa. Mientras avanzaban, Josafat se detuvo y dijo: “Oídme habitantes de Judá y de Jerusalén. Confíen en el Señor nuestro Dios, y estaréis seguros; creed a sus profetas y seréis prosperados.”

Después, el rey Josafat designó a los que irían al frente del ejército para cantar al Señor y alabar el esplendor de su santidad con el cántico: “Glorificad al Señor, porque su misericordia es para siempre.”

Tan pronto como empezaron a entonar el cántico de alabanza, el Señor puso emboscadas contra los amonitas, los moabitas y los del monte de Seír que habían venido contra Judá, y los derrotó. De hecho, los amonitas y los moabitas atacaron a los del monte de Seír y los destruyeron. Luego de exterminar a los habitantes de Seír, ellos mismos se atacaron y se mataron unos contra otros.

Cuando los hombre de Judá llegaron para ver el gran ejército enemigo, no vieron sino los cadáveres tendidos en tierra. ¡Ninguno había escapado con vida! Entonces el rey y su gente se apoderaron del botín. Encontraron muchas riquezas, vestidos y joyas preciosas. Cada uno se apoderó de todo lo que quiso, hasta más no poder. Era tanto el botín que tardaron tres días en recogerlo. El cuarto día se congregaron en el valle de Beraca, que significa “Lugar de bendición” y alabaron al Señor.

Más tarde, todos los de Judá y Jerusalén, con Josafat a la cabeza, regresaron a Jerusalén llenos de gozo porque el Señor los había librado de sus enemigos. Al llegar entraron al templo del Señor al son de arpas, liras y trompetas.

Al oír las naciones de la tierra cómo el Señor  había peleado contra los enemigos de Israel, el temor de Dios se apoderó de ellas. Por lo tanto, el reinado de Josafat disfrutó de tranquilidad, y Dios le dio paz por todas partes.

Esta historia termina como toda historia debería terminar,

Cuando un líder se postra ante Dios para orar y alabar.

¿No sería igual contigo si te arrodillas ante tu creador?

¿Piensas que no pasa nada cuando hablas con el Señor?

 

Hoy tenemos la evidencia de hombres que se han rendido,

De quienes humillados han exaltado al Señor con su voz.

A aquel que es digno de alabar por los siglos de los siglos,

Al que vive para siempre, al Cordero, al todopoderoso Dios.

 

Exaltemos al Señor con nuestra voz. Con júbilo cantemos,

Usemos esta arma de guerra que de Dios nos fue concedida.

Esta es una investidura poderosa que con honor poseemos,

Por eso cuando alabamos las tinieblas huyen despavoridas.