En esta ocasión, ustedes no tendrán que luchar. Deténganse, estense quietos y vean la victoria que el SEÑOR logrará para ustedes.
¡Oh Judá y Jerusalén, no teman ni desmayen! ¡Salgan mañana a su encuentro, y el SEÑOR estará con ustedes!” (2 Crónicas 20:17)
¿Quién no ha visto siquiera una vez en su vida las películas de guerra? ¿Quién no se ha atemorizado viendo el horror de las matanzas y las peleas entre hombres furiosos?
Les voy a contar una historia: En cierta ocasión, un grupo de hombres amonitas, moabitas y del monte de Seír le declararon la guerra al rey Josafat, el rey de Judá. Alguien le informa al rey que una gran multitud viene a atacarle. El rey Josafat se atemorizó mucho, por lo que decidió consultar al Señor y proclamó un ayuno en todo Judá.
Los habitantes de todas las ciudades vinieron y se unieron para pedir ayuda al Señor. En el atrio del templo del Señor, el rey Josafat se puso en pie delante de toda la asamblea e hizo una oración diciendo: “Señor, Dios de nuestro antepasados, ¿No eres tú el Señor del cielo, y el que gobierna a todas las naciones? ¡Es tal tu fuerza y tu poder que no hay quien pueda resistirte!”
El rey Josafat continuó diciéndole a Dios cómo Él había expulsado a los enemigos y les había dado esa tierra a los descendientes de Abraham, y que éstos a su vez habían construido un santuario en su honor para que al orar desde allí fueran escuchados y recibieran su ayuda.
Sigue diciendo el rey Josafat: “Señor, cuando tú sacaste a tu pueblo de la esclavitud de Egipto, no les permitiste que invadieran la tierra de los amonitas, de los moabitas y de los del monte de Seír para que no fueran destruidos ¡Y mira Cómo nos pagan ahora, viniendo a arrojarnos de la tierra que tú nos has dado como herencia! Dios nuestro, ¿acaso no vas a dictar sentencia contra ellos? Nosotros no podemos oponernos a esa gran multitud que viene a atacarnos. ¡No sabemos qué hacer! ¡En ti hemos puesto nuestra esperanza!”
Mientras el rey Josafat oraba a Dios, todos los hombres estaban en pie delante del Señor, junto con sus mujeres y sus hijos, aún los más pequeños. Entonces el Espíritu de Dios vino sobre el profeta Jahaziel y dijo: «Escuchen, habitantes de Judá y de Jerusalén, y escuche también Su Majestad. Así dice el Señor: “No tengan miedo ni se acobarden cuando vean ese gran ejército, porque la batalla no es de ustedes, sino mía. Mañana, cuando ellos suban por la cuesta de Sis, ustedes saldrán contra ellos y los encontrarán junto al arroyo, frente al desierto de Jeruel. Pero ustedes no tendrán que intervenir en esta batalla. Simplemente, quédense quietos en sus puestos, para que vean la salvación que el Señor les dará. ¡Habitantes de Judá y de Jerusalén, no tengan miedo ni se acobarden! Salgan mañana contra ellos, porque yo, el Señor, estaré con ustedes”
Quizás usted ve alguna contradicción y piensa: ¿”Cómo dice Dios estense quietos, pero dice también salgan mañana contra ellos”? Te invito a leer la próxima publicación donde hablaremos de lo que ellos hicieron y del porqué no tuvieron que pelear.
En este mensaje se nos enseña que El rey Josafat y el pueblo oraron a Dios, por lo cual Dios les oyó y les habló dándoles una promesa de liberación.
Hoy hay una voz que sigue alertando al pueblo de Dios para poder vivir en seguridad. Esa voz ya no siempre será dada por un profeta que se pare en medio de la congregación y diga ¡Así dice el Señor! Esto no indica que Dios se haya limitado, ¡Claro que no! Dios sigue hablando a través de su palabra profética más segura: Las Sagradas Escrituras; pero también a través de profetas, de apóstoles, de maestros, de evangelistas, de pastores, y por quien Dios decida hacerlo. El punto clave es que si oramos, Dios nos hablará, nosotros oiremos su voz, y seremos librados de los enemigos. Entonces el Señor dirá: “ustedes no tendrán que luchar. Deténganse, estense quietos y vean la victoria que el SEÑOR logrará para ustedes” ¡Por favor subraye este punto clave!
Con esta verdad revelada me puedo mover,
En cualquier ambiente adverso y no temer.
Tengo la garantía que Dios está conmigo,
Y me defiende de los ataques del enemigo.
Estemos siempre quietos y en pie de defensa,
Esperando ver la salvación de parte del Señor.
Las victorias no dependen de nuestra fuerza,
Sino de Dios que nos hace más que vencedor.
Salgamos con valor muy de mañana sin desmayar,
Nuestra victoria está asegurada no hay que dudar.