LIBRES DENTRO DE LA PRISIÓN

Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. (Hechos 16:31)

¿Has citado este versículo bíblico de manera repetitiva pero nos has visto resultados?

¿Has oído a otros creyentes citar el mismo texto pero ellos son desobedientes a la Palabra de Dios?

Partamos del hecho de que toda persona cree en algo o en alguien. Ya sea para la consecución de bienes materiales, para pedir un consejo o para tomar decisiones. No obstante, la palabra que hoy hemos leído dice claramente en Quién debemos creer y Para Qué debemos creer. Esto nos lleva a pensar que, cuando se nos presenta una invitación, y juntamente con la invitación se nos presentan los beneficios, parece ser que se despierta un mayor interés para aceptar dicha invitación.

Hoy día vivimos en un mundo competitivo y saturado de ofertas comerciales, que utiliza todo tipo de trucos y estrategias para atraer a la clientela con un principal atractivo: El beneficio económico. Igual no sucede con las ofertas dentro del reino de Dios. Bueno, ¡Quisiera generalizar! Pero sabemos que algunos presentan el evangelio como una oferta comercial diciendo que si recibes al Señor Jesucristo vas a salir de deudas y serás próspero económicamente. Con esto no quiero decir que el Señor no prospera. ¡Claro que prospera! Pero consideremos ese tema como secundario y apuntemos al blanco que es la salvación de nuestras almas. Para ello veamos una historia donde el apóstol Pablo y Silas, hombres creyentes ejemplares, nos muestran una manera efectiva de presentar la salvación como la mejor oferta de todos los tiempos.

El apóstol Pablo y Silas fueron encarcelados por haber expulsado de una muchacha esclava un espíritu de adivinación, con lo cual sus amos ganaban gran cantidad de dinero. Cuando los amos de la joven se dieron cuenta de que se les había esfumado la esperanza de ganar dinero, echaron mano a Pablo y a Silas y los arrastraron a la plaza ante las autoridades.  Entonces la multitud se amotinó contra Pablo y Silas, y los magistrados mandaron que les arrancaran la ropa y los azotaran. Después de darles muchos golpes, los echaron en la cárcel, y ordenaron al carcelero que los custodiara con la mayor seguridad. A eso de la medianoche, Pablo y Silas se pusieron a orar y a cantar himnos a Dios, y los otros presos los escuchaban. De repente se produjo un terremoto tan fuerte que la cárcel se estremeció hasta sus cimientos. Al instante se abrieron todas las puertas y a los presos se les soltaron las cadenas. El carcelero despertó y al ver las puertas de la cárcel de par en par, sacó la espada y se iba a matar, porque pensaba que los presos se habían escapado. Pero Pablo le gritó: ¡No te hagas ningún daño! ¡Todos estamos aquí!

El carcelero pidió luz, entró precipitadamente y se echó temblando a los pies de Pablo y de Silas. Luego los sacó y les preguntó:

—Señores, ¿qué tengo que hacer para ser salvo?

—Cree en el Señor Jesús; así tú y tu familia serán salvos —le contestaron.

Hasta aquí, la historia nos muestra un hecho asombroso de la manifestación del poder de Dios haciendo estremecer los cimientos de una cárcel para liberar a dos presos y para salvar a un carcelero. Pero todavía no concluye todo, pues miren lo que sucede a continuación:

A esa hora de la noche, el carcelero se los llevó a su casa, les lavó las heridas, les sirvió comida; inmediatamente fueron bautizados él y toda su familia. El carcelero tanto como su familia se alegraon mucho por haber creído en Dios.

¿No se le ocurre a usted pensar que la familia también creyó en el Señor Jesucristo y se hizo bautizar al ver lo que hizo el carcelero?

¿Piensa usted que para que nuestra familia sea salva solo es necesario recibir a Jesucristo como Señor y Salvador sin vivir una vida de consagración?

Las buenas ofertas siempre van acompañadas de un beneficio tanto para quien la ofrece como para quien la recibe. En este caso, dos hombres golpeados y encarcelados recibirían la recompensa de brillar como estrellas a perpetua eternidad, y varias familias recibirían su salvación.

Tal vez tú también estés golpeado por la vida, por los problemas, por situaciones personales de todo orden. Pero déjame decirte que dentro de tu “celda” hay alguien esperando que le hables de Cristo. No necesitas esperar que ocurra un hecho extraordinario, también tu testimonio podría ser suficiente para que ocurra un milagro.

A ti me dirijo ahora estimado amigo, por favor no esperes a que otro miembro de tu familia crea en el Señor Jesucristo para poder recibir la salvación. Toma la iniciativa. Permite que el amor del Señor te convierta en un liberador de bendiciones para toda tu casa. Ellos al ver tu fe y tu testimonio decidirán creer también. ¡He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación! (2 Corintios 6:2)

¡Oh gracias Señor por salvar mi vida justo a tiempo!

Gracias por darme la promesa de salvación familiar.

Sé que mi casa será salva en cualquier momento,

Y aunque la fe hubiese muerto tú las vas a resucitar.

 

Sé que tu anhelo es salvar a toda la humanidad,

Pero cada persona debe recibirte en su corazón.

Este es el mejor antídoto para combatir la maldad,

Y para dar a las familias esperanza de redención.

 

Te despojase del trono para morir con sangrante dolor,

¡Oh qué singular manera de amar tiene el Señor Jesús!

Más importante que su gloria era que fueras salvo tú,

¿Quieres ver otra prueba más fidedigna de su amor?

 

Si estás de acuerdo y el mensaje has entendido,

Ya no tienes excusa para rechazar al Salvador.

Abre tu corazón y confiesa estar arrepentido,

Reconoce que tus pecados te tuvieron oprimido,

Pero sé libre aceptando la palabra del Señor.

 

Hoy es el día, hoy es el día y tú puedes hacerlo,

Para que seas libre y veas la redención familiar.

Apresúrate ahora mismo y podrás conocerlo,

Recibe a Jesucristo como tu Salvador personal.