Al oír Saúl y todos los israelitas las palabras del filisteo, perdieron el ánimo y se llenaron de miedo. (1 Samuel 17: 11)
“Los filisteos juntaron sus ejércitos para la guerra y se reunieron en Socó, pueblo que pertenece a Judá. A su vez, Saúl y los israelitas se reunieron y acamparon en el valle de Elá, preparándose para presentar batalla a los filisteos. De pronto, de entre las filas de los filisteos salió un guerrero como de tres metros de estatura. Se llamaba Goliat y era de la ciudad de Gat. Goliat se detuvo y dijo a los soldados israelitas:
— ¿Para qué han salido en orden de combate? Puesto que yo soy un filisteo, y ustedes están al servicio de Saúl, elijan a uno de ustedes para que baje a luchar conmigo. Si es capaz de pelear conmigo y vencerme, nosotros seremos esclavos de ustedes; pero si yo lo venzo, ustedes serán nuestros esclavos. En este día, yo lanzo este desafío al ejército de Israel: ¡Denme un hombre para que luche conmigo!
Al oír Saúl y todos los israelitas las palabras del filisteo, perdieron el ánimo y se llenaron de miedo.”
Así comienza la historia de la derrota del gigante Goliat por mano de un jovencito llamado David, quien fuera más tarde el rey de Israel.
David era solo un muchacho que estaba al cuidado de las ovejas de su padre Isaí. Un día interrumpe sus tareas para llevar comida a sus hermanos, quienes estaban en el valle de Elá luchando contra los filisteos. Al llegar allí se entera de lo que el gigante ha estado diciendo al pueblo de Israel. Pues éste lo desafiaba dando voces mañana y tarde durante cuarenta días.
David preguntó: ¿Qué darán al hombre que mate a este filisteo y borre esta ofensa de Israel? Porque, ¿quién es este filisteo pagano para desafiar así al ejército del Dios viviente? Algunos que oyeron sus preguntas fueron a contárselo al rey Saúl, y éste lo mandó llamar. Entonces David le dijo a Saúl:
Nadie debe desanimarse por culpa de ese filisteo, porque yo, un servidor de Su Majestad, iré a pelear contra él.
El rey no aceptó que David siendo muy joven fuera a pelear contra el gigante. Pero después de oír cómo Dios lo había librado del oso y del león defendiendo sus ovejas, le dice: — Anda, pues, y que el Señor te acompañe.
¡Sin duda esta es una historia emocionante! Todos hemos oído hablar del rey David y de sus victorias. En ellas encontramos enseñanzas impresionantes. — ¡David era un joven muy valiente!
¿Cuántas cosas podría hacer Dios a través de un jovencito?
— ¿Qué victorias podríamos contar que nos califiquen para enfrentar nuevos y mayores retos?
— Otro punto que llama mi atención es que, el joven David hace preguntas antes de enfrentarse al gigante. Pero no se interesó tanto en conocer las palabras del enemigo, como en la recompensa que recibiría si lo vencía.
Esto me recuerda años atrás cuando algún miembro de mi congregación llegaba temprano al templo. Si hacía una pregunta al pastor respecto de la organización del culto. De seguro era comisionado para desempeñar un rol de responsabilidad. Y aunque la primera reacción era decir NO por causa del miedo, después de obedecer veíamos el respaldo del Señor. De esa manera muchos fuimos forjados en carácter y valentía.
David no se conformó con ir y llevar comida. Él al oír lo que estaba sucediendo, y por cuanto amaba a su pueblo Israel, decide hacer algo para evitar ser esclavos del enemigo.
¿Qué estamos haciendo nosotros como pueblo de Dios comprometido?
¿Nos molestamos por lo que el enemigo vocifera?
De paso me es necesario decir que el antídoto a las palabras intimidantes que habla el gigante, son las promesas del Señor. Esas promesas eran justamente las que David pronunciaba. Parecido a lo que hizo el Señor Jesucristo frente a la tentación de desobedecer a su Padre.
— “Escrito está” Era su respuesta. (Mateo 4:1-11)
En esta guerra de palabras, no hay otra mejor defensa que pronunciar las palabras del Señor. Sus palabras van a producir valor y determinación. Y como consecuencia la victoria.
Gracias Señor por darnos siempre la victoria,
¡A ti damos todo el honor y toda la Gloria!
Lanza o espada no necesitas para salvar,
Tu palabra es suficiente y la vamos a hablar.
Afina nuestros oídos para oír tu voz por favor,
Para poder así reconocer las voces extrañas.
Porque el enemigo juega con sucias patrañas,
Trayendo pensamiento que producen horror.
Más tú nos equipas para enfrentar cada batalla,
Porque día a día oímos voces en nuestro interior.
Más tu palabra que es poderosa y ella nunca falla,
Ayúdanos a proclamarla y ser más que vencedor.