Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. (Juan 10: 27-28)
Veamos inicialmente tres promesas absolutas, derivadas del oír la voz de Jesús y seguirle:
- La Vida Eterna
- No morir jamás
- Nadie nos puede arrebatar de sus manos.
Ahora bien, partamos de ésta premisa: "Para poder oír la voz de Jesús, primero hay que ser “oveja."
Dentro de las tantas características que tiene una oveja, muy cierto que La oveja es mansa e inofensiva, pero también es torpe. La oveja es símbolo de ingenuidad y desamparo frente a los enemigos. Pero cuando está agrupada en el rebaño, se convierte en obediente y dócil, dispuesta a someterse a la autoridad de su superior. En este caso, a la autoridad de su pastor.
Dicho esto, si alguno de nosotros nos llegásemos a considerar sabios en nuestra propia opinión, o si anduviésemos en algún grado de rebelión, ya no calificaríamos para oír la voz de Dios.
Muchas veces pensamos haber oído la voz de Dios, incluso andando en nuestros propios caminos; siguiendo la voz de nuestras emociones y de nuestro propio corazón. ¿Podríamos de esta manera oír la voz de Dios?
Cuando somos ovejas, tenemos un Pastor y nos sometemos a él. Toda oveja tiene dueño. Tiene un pastor que le guía. Y al oír su voz, le sigue porque en él confía.
La obediencia a Dios promueve nuestra fe. Nos permite estar seguros y fuera del alcance de los enemigos que procuran hacernos daño.
Al final del texto del encabezamiento Jesús nos dice: “Nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:28)
Arrebatar significa quitar con violencia y fuerza. Lo cual indica que si obedecemos al Señor, tendremos el derecho de recibir la cobertura de sus manos. ¡Tendemos la protección de su fuerza insuperable!
Sea oído mi clamor que hago a Dios,
En busca de su soberana protección.
No sin antes rendirle toda mi voluntad,
Para obedecerle fielmente sin tardar.
Necesito oír tu voz ¡Oh Dios sublime!
Ven, abre mis oídos y hazme sensible.
Sea tu Santo Espíritu quien me guíe,
Y que de tus caminos jamás me desvíe.
Que reconozca tu voz en cada circunstancia,
Que habite bajo tu sombra ¡Oh amado Señor!
Porque eres el ancla segura para mi alma,
Tu voz es un sello de soberana protección.
¿Quién podría escucharte y no obedecerte?
No es posible quedar indiferente delante de ti.
Después de haberte escuchado muchas veces,
Ya no tendría razones para tratar de ti huir.
Definitivamente tú me has conquistado,
Pues, tu dulce voz es como una melodía.
Escuchándote, mi alma se ha enamorado,
Ahora sé que vivir sin ti jamás yo podría.