¡QUÍTATE LA MÁSCARA!

 El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia. (Proverbios 28:13)

En Minnesota, Estados Unidos, se iniciaron violentos actos de vandalismo desde el martes 26 de mayo, a raíz de la muerte de George Floyd, un afroamericano de 46 años. En su opinión, dice el gobernador Tim Walz:  "Lo que se busca es atacar la sociedad civil, instigar el miedo y perturbar nuestras grandes ciudades”.

Este suceso de última hora ha conmocionado no solo a los nacionales, sino a la comunidad internacional que ve arder en llamas una ciudad a manos de personas cubiertas con máscaras y tapabocas. Estas personas no se cubren precisamente para cumplir las reglas de salubridad, sino para ocultar su identidad y encubrir el pecado que cometen públicamente.

Bien sabemos que todo lo que el hombre siembra eso también cosecha. Es también una razón para que el pueblo de Dios hoy más que nunca esté apercibido; ya que, por causa de la multiplicación de la maldad el amor de muchos se enfriará.

El señor Jesucristo vendrá por segunda vez a buscar un pueblo sin máscaras. Jesús vendrá por una iglesia sin mancha y sin arrugas. Es decir, por una iglesia santa y renovada.

Meditando en estos acontecimientos, anoche siendo muy tarde oraba con lágrimas en mis ojos. Mi corazón estaba compungido. No obstante, suplicaba a Dios su perdón y su ayuda para aquellas personas que escudadas detrás de una máscara cometen con avidez todo acto de impurezas. Oraba por aquellos que aún recibiendo el bien dan como pago la destrucción.

Nuestro corazón se conmueve mirando el estado de las cosas actuales. Éstas van cada día rumbo a la hecatombe, hasta que sean removidas y se establezca un reino de justicia y paz, donde gobierne el Rey de reyes y Señor de señores con todos sus santos.

El texto del encabezamiento declara una sentencia de Dios para aquel que oculta sus pecados. De manera que el rey David pidió al Señor lo librara aún de los que le eran ocultos. Sigamos su ejemplo y anhelemos un corazón sensible para oír y obedecer la Palabra de Dios. Anhelemos estar dispuestos a declarar lo malo que hay en nosotros. Confesemos, apartémonos del pecado y seremos prosperados.

¡Lávame más y más de mi maldad oh Señor!

Mientras que vengo a confesar mis pecados.

Que sea limpio, santo y sensible mi corazón,

Y no espere tu represión o a verte enojado.

 

No sea con los que al sepulcro descienden,

Sin esperanza por no haberse arrepentido.

Quienes andan tras la vanidad de su mente,

Que no confiesan sus pecados sinceramente,

Y no gozan del perdón que tú has prometido.

 

Tu perdón me permite disfrutar de tu paz,

Una y otra vez vengo ante ti humillada.

No permitas oh Señor que te oculte nada,

De tu íntima comunión no me dejes apartar.

Gracias Señor por haber sido perdonada,

Gracias por venir a este mundo a rescatar.